Está luz epiléptica sobre mi cabeza me hace odiar. Me hace odiar el sonido terrible del hombre al hablar, hablar y hablar. El sonido del hambre, del exceso de agua y el cerebro rebotar.
El cerebro nadando en fluidos, fluidos viscosos de agua y azúcar, drenados por llorar.
Llorar perros muertos y aves mordidas, arranques de furia y maltrato. Llorar ser yo y no serlo.
También sufrir por no atrapar el caparazón rojo y negro de esa araña, por no haber logrado aguantar el sonido de las alas chocando unas a otras, haberla perdido tras volar.
Las arañas rojas se han ido volando y un pequeño círculo de goma en el suelo me hace llorar al recordarlo.
Recordar cambiar los círculos de goma en las llaves de agua goteante.
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